jueves, 16 de mayo de 2013

EL MITO DEL HOMO MONSTROSUS


Por Juan José Morales


PanesioNuremberg Desde la más remota antigüedad, pasando por la Edad Media y el Renacimiento, la imaginación humana ha creado monstruos de todos tipos y tamaños. Además ha creído en su existencia real, sin tomar en cuenta que son producto de la fantasía desbordada.
Los sciápodos tienen una sola pierna y caminan a saltos, pero son más veloces que cualquier bípedo; además, cuando se sientan, pueden levantar esa única extremidad y usar su enorme pie como paraguas o ­parasol. Los blemianos, en cambio, ­carecen de cabeza y tienen el rostro en el pecho; en tanto que las largas orejas ­de los panesios, les llegan más abajo del codo; por su parte los cinocéfalos, con cabeza de perro, no hablan sino que ladran.
Tales eran algunas de las extrañas criaturas que 4 siglos an­tes de nuestra era habita­ban la India, según testi­monios del médico persa Ktesias. Megástenes, embajador del rey babi­lonio Seleucus I ante la corte de Chan­dragupta, también se refería a esos seres fantásticos en sus informes diplomáticos y agregaba que una raza de sciápodos se distinguía porque su monopié apuntaba hacia atrás.
Mencionaba otras razas igualmente extrañas, como los hiborios, que vivían 1,000 años; los panesios, cuyas inmensas orejas les servían para dor­mir -una de colchón y la otra como frazada-; y ciertos hombres sin boca con el olfato tan desarrollado que para alimentarse les bastaban los aromas de frutas, flores y carne asada.
IMAGINERÍA DESATADA
CinocefalosMandeville Hoy, todo eso movería a risa, pero durante 2,000 años, desde la Grecia clásica hasta fines del siglo XVI, ya bien entrada la época de los grandes descubrimientos geográficos, la ma­yoría de los europeos -incluso gente ilustrada- creyeron en la existencia de semejantes seres.
Los más conocidos eran los cíclo­pes, con su único ojo -que podía estar en la frente o el pecho-, pero había toda una constelación de monstruos de los más variados tipos: peludos, lam­piños, con uno, 3 o 5 ojos, sin ojos, cuadrúmanos, con labios descomunales, pico de ave, orejas de elefante o cuernos de cabra, con 8 dedos en cada mano, o con bocas tan diminutas que sólo podían alimentarse por medio de pajillas.
Algunos eran mezcla de humano y animal, como los hombres perro que se decía habitaban en Libia; o una combinación de animales, como los grifones, mitad león y mitad águila. Más aún: los había que en verano eran lobos y en invierno hombres.
A la difusión de estas fábulas con­tribuyó el hecho de que los literatos y naturalistas de aquellas épocas escri­bían de oídas y no por observación di­recta. De buena fe daban por ciertas las imaginativas descripciones de los viajeros y las avalaban con su autoridad.
Homero nunca dudó de la existencia de cíclopes, gigantes y pigmeos. Herodoto llegó a situar geográfica­mente a las diferentes razas de mons­Blemianotruos; y su contemporáneo Empédocles afirmaba muy seriamente que bra­zos, piernas troncos y cabezas huma­nas podían existir por separado y com­binarse entre sí o con partes de anima­les para formar toda suerte de criatu­ras, a cual más asombrosa.
En la Roma clásica, Plinio el Viejo enlistó en su monumental Historia na­turalis docenas de monstruos, algunos tan singulares como los esenos, que vi­vían sin compañía femenina pero aun así se reproducían.
La imaginación desatada alcanzó su cumbre en la Edad Media. El hom­bre del medievo, ignorante y confina­do en los estrechos límites del feudo -donde podía pasarse la vida entera dentro de su aldea-, estaba dispuesto a creer todo lo que se dijera sobre la existencia de monstruos, si aun los sa­bios de la Iglesia discutían vivamente sobre su origen y naturaleza.
LEYENDAS TEOLÓGICAS
Sobre 2 puntos cruciales -la exis­tencia misma de los monstruos y su naturaleza humana-, San Agustín puso las cosas en su lugar después de un sesudo análisis: podía haber razas de monstruos y todas descendían de Adán.
Sobre cómo habían adquirido sus deformes rasgos, los teólogos medie­vales tenían una explicación muy sim­ple: Satán había pervertido sus almas a tal punto que les hizo cambiar de apariencia externa, como ocurrió al impío rey Nabucodonosor, al que le crecieron plumas en vez de pelo y ga­rras en vez de uñas.
Otros teólogos sostenían que aque­llos seres habían sido creados por el demonio para sembrar la confusión entre los hombres; y no faltaron las ex­plicaciones pretendidamente científi­cas: los monstruos provenían de las antípodas (el inframundo), que de al­gún modo escalaron el borde del mun­do -SkiapodaAldrovandiplano, según creían entonces-, y lograron colarse hasta este lado.
También había opiniones más in­dulgentes: en la Gesta romanorum -una colección de fábulas moralis­tas- se decía, por ejemplo, que los blemianos, carentes de cabeza, eran la encarnación de la humildad; y los pa­nesios de inmensas orejas, un modelo de devoción porque escuchaban la pa­labra de Dios.
Tanto era el interés por los mons­truos en la Edad Media, que, en el siglo VII, Isidoro de Sevilla dedicó un volu­men entero de sus Etimologías -una de las primeras obras de carácter enciclopédico-, a describir las diversas razas y las regiones del mundo que ha­bitaban. Nació así el mito del Homo monstrosus.
Finalmente las leyendas se centra­ron en el mítico reino del Padre Juan, del que comenzó a hablarse en el siglo XII y se creía estaba en África, la India o el Asia central, sin que nadie lo si­tuara jamás con precisión.
En ese reino imaginario decían que se hallaba la fuente de la eterna juven­tud. Allí habitaban, además de seres humanos, todos los monstruos conce­bibles.
Muchos viajeros que aseguraron haber visitado esa tierra, la describie­ron vívidamente -el último fue quizá el inglés Edward Webbe en 1590-, y su búsqueda contribuyó a los grandes viajes de exploración del siglo XVI. El propio Colón creyó haber pasado cer­ca de ella, en su obsesión por encontrar la ruta de las Indias.

Fuente:
http://marcianitosverdes.haaan.com/2009/03/el-mito-del-homo-monstrosus/ 



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