"He
aqui, un blog que leí en al menos 1 semana, y ya contesta ampliamente
una de las interrogantes que se han presentado en mi vida desde hace mucho tiempo, y fue, ¿Como
los Griegos siendo una cultura tan Rica en costumbres y tradiciones,
cayeron vajo el poder Romano?.
Un
amigo residente de la peninsula Iberica, creo este Blog, "http://greciafrentearoma.blogspot.com" el cual
encontre una de las descripciónes mas detalladas en la internet, donde
se relatan de la mano de Historiadores y Escritores Griegos como fue la
Ocupación Romana en no mas de 2 siglos.
Desde ya le doy el merito por tan exelente Trabajo".
Sr. Viveros
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La liga o confederación de ciudades, la sympoliteia, era una institución política muy antigua en el mundo helénico. Para los griegos cada ciudad, la polis,
era totalmente independiente y soberana. Pero también existían lazos
culturales, religiosos o étnicos que las hermanaban entre sí. Eso dio
lugar al establecimiento de instituciones comunes, aunque se aceptaba de
forma universal la plena soberanía de las ciudades, que establecían
entre sí relaciones diplomáticas y alianzas a la manera de los estados
modernos.
Esta situación cambió radicalmente con la irrupción de los macedonios. Desde 338, tras la batalla de Queronea, Filipo II de Macedonia dominó toda Grecia, aplastó la independencia política de las ciudades y forzó la creación de una confederación panhelénica, la Liga de Corinto, bajo dominio macedonio. Después dela muerte de su hijo Alejandro Magno en 323 y la subsiguiente desintegración del imperio macedonio en reinos rivales, Grecia se convirtió en el campo de batalla de la lucha entre las distintes cortes macedonias, que compitieron muy intensamente por el control de las principales metrópolis, jugando con sus rivalidades tradicionales. Para la mayor parte de las ciudades fue imposible desafiar con éxito esas amenazas, por la insuficiencia de los recursos locales para oponerse a los grandes ejércitos de los reinos macedonios y a sus masivos sobornos. En la mayor parte de los casos se vieron obligados a aceptar la subordinación política al reino que predominara en cada momento.
Es en este escenario en el que aparecen las primeras ligas helenísticas. Éstas tenían una esencia distinta a las alianzas que hasta entonces habían conocido los griegos. Al contrario que confederaciones anteriores de las épocas arcaica y clásica, las ligas helenísticas se basaban en la cesión de parcelas de soberanía por parte de las ciudades a nuevas instituciones comunes: una asamblea federal -con poderes legislativos y judiciales-, un ejército conjunto y un cuerpo de magistrados con poderes ejecutivos. Las ciudades perdieron así parte de su tradicional independencia, aunque no su individualidad. Este movimiento de federación, que surgió de forma espontánea, posibilitó la puesta en común de recursos económicos y militares, lo que dio a las nuevas ligas cierta capacidad de resistir las ambiciones de los grandes reinos macedonios.
Los paralelos con la Europa del siglo XX, esencialmente tras los desastres de las dos Guerras Mundiales, son claros. Igual que en Grecia, los padres de la unificación europea respondían con sus llamamientos a la constatación de una posición de debilidad frente a los grandes colosos estadounidense y ruso, y de que la fragmentación política de Europa condenaba a las hasta entonces pujantes naciones europeas a un papel subordinado. Igual que en Grecia, existía la idea, cada vez más acuciante, de que las rivalidades nacionales, las guerras en las que las naciones-estado europeas se enzarzaban desde los inicios de la Edad Moderna, no hacían más que acelerar el proceso de dependencia política, militar y económica. E igual que en Grecia, la unidad supranacional fue vista como única salida.
La primera gran confederación griega fue la Liga Etolia. Los etolios eran un pueblo situado al norte del golfo de Corinto, considerado por los demás helenos como semibárbaro. Amenazados directamente por el pujante poder macedonio, estaban ya organizados como confederación desde mediados del siglo IV antes de Cristo. Ésta se basaba en un ejército común, reunido como asamblea dos veces al año, con un general único y un consejo permanente que actuaba como gobierno conjunto. A partir de entonces se convirtieron en un rival a tener en cuenta por el reino de Macedonia y en una amenaza para el resto de los estados griegos. Los etolios temidos como peligrosos piratas, penetraron hasta Grecia central, dominaron Delfos –el gran santuario panhelénico– y su influencia llegó a alcanzar el Peloponeso.
La Liga Aquea apareció en un contexto distinto. La Acaya es la comarca situada en el norte del Peloponeso, en la costa meridional del golfo de Corinto. La tradición, recogida por Polibio y Pausanías, convierte a los aqueos en los restos del pueblo micénico, empujado por los dorios hacia esa región en la época heroica. Según la leyenda habrían mantenido una monarquía encarnada por los herederos de Agamenón, descendientes de un tal Tisamenes, hijo legendario de Orestes. Esto es especialmente significativo, pues parece indicar que los aqueos se consideraron a sí mismos como los herederos del mundo micénico, y que se sentían con derecho a reclamar el dominio de todo el Peloponeso en nombre de Agamenón, que fue, de acuerdo con los mitos, el principal soberano de toda la península. Bajo el reinado del último rey, Ogigo, de fecha incierta, quizás a mediados del siglo VII antes de Cristo, el reino fue atacado por los espartanos, que eliminaron la monarquía y establecieron gobiernos locales dominados por las aristocracias propietarias. Estas ciudades independizadas conservaron su relación entre sí, y constituyeron una confederación sobre bases étnicas y religiosas.
Esta federación se mantuvo relativamente aparte de los grandes acontecimientos políticos de las épocas arcaica y clásica, y guardó una neutralidad estricta apoyada en su posición excéntrica respecto a los grandes centros de poder, incluso cuando los persas amenazaron Grecia a principios del siglo V antes de Cristo. Conservaron -quizás sólo algunas de las ciudades-, una cierta simpatía por Esparta, pero cuando en 453, en el curso de la Guerra del Peloponeso, una flota ateniense atacó el golfo de Corinto, los aqueos firmaron un acuerdo con Atenas contra Corinto y Esparta. Esa alianza fue breve. A mediados del siglo IV antes de Cristo, en los conflictos entre Esparta y Tebas, los aqueos apoyaron sucesivamente a Esparta y, cuando Epaminondas invadió el Peloponeso y derrotó a los espartanos, a Tebas. Está claro que la capacidad de resistencia de Acaya era muy limitada y, aunque se mantuvo neutral en las confrontaciones entre las principales polis griegas, se vio obligada a doblegarse ante la fuerza cuando fue amenazada directamente su área geográfica. Nunca fue tenida en cuenta por las potencias en lucha, excepto como auxiliares o como campo marginal de operaciones.
La invasión macedonia en el siglo IV antes de Cristo cambió la situación. La monarquía macedonia, como poder imperial, exigió un control total del territorio y la sumisión de los distintos estados. Las ciudades aqueas, como el resto de las ciudades griegas, tuvieron por tanto que aceptar guarniciones militares de los sucesivos reyes macedonios. Algunas de ellas sufrieron incluso la aparición de tiranos, aristócratas ambiciosos que buscaban el apoyo de los reyes macedonios para hacerse con un poder personal en su ciudad. A principios del siglo III antes de Cristo la situación en la zona tendió a hacerse inestable, conforme los enfrentamientos entre los reinos se generalizaron, y las ciudades se convirtieron en presas que cambiaban de mano de acuerdo a los cambios de fortuna de los monarcas macedonios.
Pero a partir de 285 el escenario se transformó de nuevo de forma bastante brusca. Las muertes sucesivas de Casandro, Lisímaco y Pirro, y la derrota de Demetrio Poliercetes ante Seleuco de Siria, dejaron al reino de Macedonia sin monarca, sumergido en una guerra civil, y permitieron a Grecia liberarse de la presión militar. En 273 Antigono Gonatas, hijo de Demetrio, recuperó el control definitivo del reino, pero para entonces había aparecido ya el germen de la moderna Liga Aquea. En 280 cuatro ciudades, Patrás, Dime, Tritea y Feras, situadas en el extremo noroeste del Peloponeso, se habían federado en un estado unificado. Bajo la advocación común del templo de Zeus Hamario, en el monte Panaqueo, la federación se basaba en la igualdad de derechos entre las ciudades, el rechazo a los tiranos y a los macedonios, y el mantenimiento de regímenes que respetaran las libertades básicas. Elegían por riguroso turno dos generales y un secretario, que dirigían un ejército y una hacienda común junto a un consejo de diez miembros, los damiurgos -designados por rotación entre las distintas ciudades-, con funciones de gobierno en los asuntos federales. Una asamblea general, syncletos, abierta a todos los propietarios de más de treinta años, era la depositaria de la soberanía de la federación, pero sólo era reunida dos veces al año, en primavera y en otoño, y estaba mediatizada en su acción legislativa por los magistrados, que eran los únicos que podían presentar mociones a votación. Existía otra asamblea, synodos, compuesta por delegados enviados por cada ciudad para tratar los asuntos cotidianos o urgentes, pero sólo tenía capacidad para decidir sobre el asunto específico para el que era convocada, y estaba supeditada a la corroboración de la asamblea general. Se trataba, por tanto, una administración democrática, pero con un estrecho control por parte de la aristocracia de las distintas ciudades, de acuerdo con el principio de soberanía mixta defendido por Aristóteles.
En su origen la Liga Aquea no pasó de ser una pequeña mancomunidad comarcal, –que recuerda la formación del Benelux en 1943-1944, la unión de Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo en medio de las tempestades de la Segunda Guerra Mundial,– pero su constitución tuvo la suficiente flexibilidad para hacerse atractiva a las pequeñas ciudades de los alrededores, por su respeto a las leyes locales, la igualdad estricta entre sus miembros y el mantenimiento de los regímenes oligárquicos, música para los oídos de las aristocracias de las ciudades peloponesias, diezmadas por décadas de enfrentamientos internos y guerras. La Liga representaba la posibilidad de adoptar una estructura institucional regular, que les permitiera romper el círculo vicioso de tiranías y revoluciones y sus previsibles secuelas en forma de enfrentamientos internos y exilios masivos. Muy pronto las ciudades circundantes se fueron uniendo a la pequeña federación.
Esta situación cambió radicalmente con la irrupción de los macedonios. Desde 338, tras la batalla de Queronea, Filipo II de Macedonia dominó toda Grecia, aplastó la independencia política de las ciudades y forzó la creación de una confederación panhelénica, la Liga de Corinto, bajo dominio macedonio. Después dela muerte de su hijo Alejandro Magno en 323 y la subsiguiente desintegración del imperio macedonio en reinos rivales, Grecia se convirtió en el campo de batalla de la lucha entre las distintes cortes macedonias, que compitieron muy intensamente por el control de las principales metrópolis, jugando con sus rivalidades tradicionales. Para la mayor parte de las ciudades fue imposible desafiar con éxito esas amenazas, por la insuficiencia de los recursos locales para oponerse a los grandes ejércitos de los reinos macedonios y a sus masivos sobornos. En la mayor parte de los casos se vieron obligados a aceptar la subordinación política al reino que predominara en cada momento.
Es en este escenario en el que aparecen las primeras ligas helenísticas. Éstas tenían una esencia distinta a las alianzas que hasta entonces habían conocido los griegos. Al contrario que confederaciones anteriores de las épocas arcaica y clásica, las ligas helenísticas se basaban en la cesión de parcelas de soberanía por parte de las ciudades a nuevas instituciones comunes: una asamblea federal -con poderes legislativos y judiciales-, un ejército conjunto y un cuerpo de magistrados con poderes ejecutivos. Las ciudades perdieron así parte de su tradicional independencia, aunque no su individualidad. Este movimiento de federación, que surgió de forma espontánea, posibilitó la puesta en común de recursos económicos y militares, lo que dio a las nuevas ligas cierta capacidad de resistir las ambiciones de los grandes reinos macedonios.
Los paralelos con la Europa del siglo XX, esencialmente tras los desastres de las dos Guerras Mundiales, son claros. Igual que en Grecia, los padres de la unificación europea respondían con sus llamamientos a la constatación de una posición de debilidad frente a los grandes colosos estadounidense y ruso, y de que la fragmentación política de Europa condenaba a las hasta entonces pujantes naciones europeas a un papel subordinado. Igual que en Grecia, existía la idea, cada vez más acuciante, de que las rivalidades nacionales, las guerras en las que las naciones-estado europeas se enzarzaban desde los inicios de la Edad Moderna, no hacían más que acelerar el proceso de dependencia política, militar y económica. E igual que en Grecia, la unidad supranacional fue vista como única salida.
La primera gran confederación griega fue la Liga Etolia. Los etolios eran un pueblo situado al norte del golfo de Corinto, considerado por los demás helenos como semibárbaro. Amenazados directamente por el pujante poder macedonio, estaban ya organizados como confederación desde mediados del siglo IV antes de Cristo. Ésta se basaba en un ejército común, reunido como asamblea dos veces al año, con un general único y un consejo permanente que actuaba como gobierno conjunto. A partir de entonces se convirtieron en un rival a tener en cuenta por el reino de Macedonia y en una amenaza para el resto de los estados griegos. Los etolios temidos como peligrosos piratas, penetraron hasta Grecia central, dominaron Delfos –el gran santuario panhelénico– y su influencia llegó a alcanzar el Peloponeso.
La Liga Aquea apareció en un contexto distinto. La Acaya es la comarca situada en el norte del Peloponeso, en la costa meridional del golfo de Corinto. La tradición, recogida por Polibio y Pausanías, convierte a los aqueos en los restos del pueblo micénico, empujado por los dorios hacia esa región en la época heroica. Según la leyenda habrían mantenido una monarquía encarnada por los herederos de Agamenón, descendientes de un tal Tisamenes, hijo legendario de Orestes. Esto es especialmente significativo, pues parece indicar que los aqueos se consideraron a sí mismos como los herederos del mundo micénico, y que se sentían con derecho a reclamar el dominio de todo el Peloponeso en nombre de Agamenón, que fue, de acuerdo con los mitos, el principal soberano de toda la península. Bajo el reinado del último rey, Ogigo, de fecha incierta, quizás a mediados del siglo VII antes de Cristo, el reino fue atacado por los espartanos, que eliminaron la monarquía y establecieron gobiernos locales dominados por las aristocracias propietarias. Estas ciudades independizadas conservaron su relación entre sí, y constituyeron una confederación sobre bases étnicas y religiosas.
Esta federación se mantuvo relativamente aparte de los grandes acontecimientos políticos de las épocas arcaica y clásica, y guardó una neutralidad estricta apoyada en su posición excéntrica respecto a los grandes centros de poder, incluso cuando los persas amenazaron Grecia a principios del siglo V antes de Cristo. Conservaron -quizás sólo algunas de las ciudades-, una cierta simpatía por Esparta, pero cuando en 453, en el curso de la Guerra del Peloponeso, una flota ateniense atacó el golfo de Corinto, los aqueos firmaron un acuerdo con Atenas contra Corinto y Esparta. Esa alianza fue breve. A mediados del siglo IV antes de Cristo, en los conflictos entre Esparta y Tebas, los aqueos apoyaron sucesivamente a Esparta y, cuando Epaminondas invadió el Peloponeso y derrotó a los espartanos, a Tebas. Está claro que la capacidad de resistencia de Acaya era muy limitada y, aunque se mantuvo neutral en las confrontaciones entre las principales polis griegas, se vio obligada a doblegarse ante la fuerza cuando fue amenazada directamente su área geográfica. Nunca fue tenida en cuenta por las potencias en lucha, excepto como auxiliares o como campo marginal de operaciones.
La invasión macedonia en el siglo IV antes de Cristo cambió la situación. La monarquía macedonia, como poder imperial, exigió un control total del territorio y la sumisión de los distintos estados. Las ciudades aqueas, como el resto de las ciudades griegas, tuvieron por tanto que aceptar guarniciones militares de los sucesivos reyes macedonios. Algunas de ellas sufrieron incluso la aparición de tiranos, aristócratas ambiciosos que buscaban el apoyo de los reyes macedonios para hacerse con un poder personal en su ciudad. A principios del siglo III antes de Cristo la situación en la zona tendió a hacerse inestable, conforme los enfrentamientos entre los reinos se generalizaron, y las ciudades se convirtieron en presas que cambiaban de mano de acuerdo a los cambios de fortuna de los monarcas macedonios.
Pero a partir de 285 el escenario se transformó de nuevo de forma bastante brusca. Las muertes sucesivas de Casandro, Lisímaco y Pirro, y la derrota de Demetrio Poliercetes ante Seleuco de Siria, dejaron al reino de Macedonia sin monarca, sumergido en una guerra civil, y permitieron a Grecia liberarse de la presión militar. En 273 Antigono Gonatas, hijo de Demetrio, recuperó el control definitivo del reino, pero para entonces había aparecido ya el germen de la moderna Liga Aquea. En 280 cuatro ciudades, Patrás, Dime, Tritea y Feras, situadas en el extremo noroeste del Peloponeso, se habían federado en un estado unificado. Bajo la advocación común del templo de Zeus Hamario, en el monte Panaqueo, la federación se basaba en la igualdad de derechos entre las ciudades, el rechazo a los tiranos y a los macedonios, y el mantenimiento de regímenes que respetaran las libertades básicas. Elegían por riguroso turno dos generales y un secretario, que dirigían un ejército y una hacienda común junto a un consejo de diez miembros, los damiurgos -designados por rotación entre las distintas ciudades-, con funciones de gobierno en los asuntos federales. Una asamblea general, syncletos, abierta a todos los propietarios de más de treinta años, era la depositaria de la soberanía de la federación, pero sólo era reunida dos veces al año, en primavera y en otoño, y estaba mediatizada en su acción legislativa por los magistrados, que eran los únicos que podían presentar mociones a votación. Existía otra asamblea, synodos, compuesta por delegados enviados por cada ciudad para tratar los asuntos cotidianos o urgentes, pero sólo tenía capacidad para decidir sobre el asunto específico para el que era convocada, y estaba supeditada a la corroboración de la asamblea general. Se trataba, por tanto, una administración democrática, pero con un estrecho control por parte de la aristocracia de las distintas ciudades, de acuerdo con el principio de soberanía mixta defendido por Aristóteles.
En su origen la Liga Aquea no pasó de ser una pequeña mancomunidad comarcal, –que recuerda la formación del Benelux en 1943-1944, la unión de Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo en medio de las tempestades de la Segunda Guerra Mundial,– pero su constitución tuvo la suficiente flexibilidad para hacerse atractiva a las pequeñas ciudades de los alrededores, por su respeto a las leyes locales, la igualdad estricta entre sus miembros y el mantenimiento de los regímenes oligárquicos, música para los oídos de las aristocracias de las ciudades peloponesias, diezmadas por décadas de enfrentamientos internos y guerras. La Liga representaba la posibilidad de adoptar una estructura institucional regular, que les permitiera romper el círculo vicioso de tiranías y revoluciones y sus previsibles secuelas en forma de enfrentamientos internos y exilios masivos. Muy pronto las ciudades circundantes se fueron uniendo a la pequeña federación.
En 275 Egio expulsó a su guarnición macedonia y solicitó su adhesión, tomando rápidamente el papel de capital de la federación. Poco después fue Bura, cuyo tirano fue depuesto y asesinado por Margos de Carinea, un exiliado, la que entró en la unión. Margos fue el primer líder conocido de la Liga Aquea, aunque no conocemos prácticamente nada sobre su actuación política, fuera de su lucha contra los regímenes tiránicos y los macedonios. El tirano de la propia Carinea, Iseas, sometido a fuerte presión por la Liga, abdicó en ese momento y unió su ciudad a la federación. Por la misma época entraron otras ciudades, como Leontio, Pelene y Egia, todas de la zona norte del Peloponeso.
La expansión de la Liga estaba inmersa en el conflicto que, por el control de Grecia, enfrentaba a Egipto y Macedonia. Ptolomeo II de Egipto sostuvo activamente, sobre todo con grandes cantidades de dinero, a los partidos “demócratas” frente a los tiranos sostenidos por Macedonia. La Liga Aquea fue, en último término, un triunfo de Egipto, que conseguía así un poderoso punto de apoyo en la Grecia occidental. En 268 Ptolomeo II respaldó la formación de una gran alianza de las ciudades griegas contra Macedonia, dirigida por Cremónides de Atenas, en la que participó la Liga. La guerra de Cremónides se inició en 266. La gran ventaja de Antígono Gonatas, el rey macedonio, fue el control de Corinto, en concreto de su acrópolis, el Acrocorinto, lo que le permitía mantener separada a Atenas de sus aliados peloponesios. En 265 derrotó a los espartanos frente a Corinto, con lo que la coalición peloponesia, de la que formaba parte la Liga Aquea, se disolvió. A partir de entonces inició el bloqueo de Atenas, que tuvo que rendirse en 262. La posición macedonia en Grecia se había fortalecido. En 255 Ptolomeo reconocía en un tratado el predominio de Macedonia en Grecia.
Precisamente en ese momento, en 256, los aqueos reformaron su constitución, nombrando un general único, el strategos, en vez de dos, como habían hecho hasta entonces. Ese estratego era ahora elegido por la asamblea general que se celebraba todos los años en primavera. Su mandato duraba un año, y no podía ser renovado al año siguiente, aunque sí de forma alterna. El primer elegido fue Margos de Carinea. No hay duda alguna de que la derrota de Egipto causó un gran temor. Había sido hasta ese momento, con su apoyo económico y diplomático, un sostén fundamental para la causa de las ciudades griegas. Su retirada puso a la Liga en estado de emergencia, lo que explica la creación de un mando personal en la figura de su líder más carismático. A partir de entonces la figura del general en jefe se mantuvo hasta los últimos tiempos de la federación, lo que parece indicar el éxito en la resolución de la crisis.
Un acontecimiento inesperado alivió el apuro del Peloponeso, y por tanto de la Liga Aquea. En 253 el gobernador macedonio de la fortaleza del Acrocorinto se rebeló contra Antígono de Macedonia por sugestión de Ptolomeo II, nada dispuesto a rendirse definitivamente. El paso de Macedonia hacia el Peloponeso quedó de nuevo bloqueado. La Liga había sobrevivido a una grave crisis, y los tiranos de las ciudades de la zona, hasta entonces sostenidos por Macedonia, quedaron así nuevamente abandonados a su suerte. Fue justo en esos tiempos cuando Arato de Sición, aupado al poder en 251, como ya vimos en el capítulo anterior, solicitó el ingreso en la Liga Aquea.
La Liga era por entonces una débil federación de pequeñas ciudades, sin un gran papel en la política de la época, y creada sobre unas bases étnicas y políticas a las que Sición, de origen dórico, era ajena. Quizás el único paralelo contemporáneo que podamos rastrear de la incorporación de Sición a la Liga es el de la estrambótica unión franco-británica que, en mayo de 1940, planteó Wiston Churchill. Como entonces, una amenaza exterior que parecía irresistible, la supremacía macedonia en el siglo III antes de Cristo o la amenaza de la Alemania de Hitler en el siglo XX, impulsó a un líder político a aplicar soluciones desesperadas. La diferencia es que en 1940 la negativa francesa condenó el intento del premier británico a no ser más que un lejano antecedente del ingreso del Reino Unido en el Mercado Común Europeo. En 251 antes de Cristo la entrada de Sición en la Liga Aquea marcaría la historia del Peloponeso, y quizás de Grecia, en los siguientes cien años.
Plutarco no nos da en su biografía de Arato ninguna indicación o pista sobre las causas de su decisión. Polibio, más cercano a los acontecimientos, puntualiza que Arato “... desde el principio se había convertido en partidario apasionado de las instituciones de la Liga Aquea.” Estas se basaban, según el mismo Polibio, en la lucha contra la tiranía:
La política de los aqueos fue siempre la misma: conservar entre ellos la igualdad de derechos y la libertad de expresión, luchar y pugnar sin descanso contra los que, por ellos mismos o mediante tiranos, querían esclavizar sus ciudades... la libertad y la armonía entre los griegos eran la única recompensa que pedían por su esfuerzo, que siempre ponían a la disposición de sus amigos. Polibio. 2.42
Dejando a un lado el entusiasmo de Polibio, que recordemos fue magistrado de la Liga Aquea en su época, podría parecer que la decisión de Arato se debió más a razones ideológicas que a la oportunidad política. El pensamiento de constituir un marco político nacional para las ciudades griegas, capaz de asegurar el orden interior y permitirles resistir las presiones de las grandes monarquías helenísticas, se desarrollaba desde el siglo IV antes de Cristo Sin duda la idea de un movimiento de integración de las ciudades griegas estaba en el ambiente. Grandes personajes, sobre todo atenienses, habían defendido el establecimiento de una gran unión panhelénica bajo dirección de Atenas durante el siglo IV antes de Cristo. Arato creció en ese ambiente cosmopolita, en contacto con exiliados de todo el Peloponeso, por lo que es muy creíble que ya desde su juventud la idea de colaborar en la creación de una federación de ciudades griegas formara parte de sus fantasías políticas.
Pero los aspectos ideológicos no pueden ocultar el marco político inmediato. Un personaje clave en la decisión de Arato fue Ptolomeo II de Egipto, que mantuvo siempre el interés en oponerse a la expansión del reino de Macedonia. Plutarco nos informa de que Arato recibió de él veinticinco talentos tras la entrada de Sición en la Liga en 251. Poco después realizó un accidentado viaje a Egipto, donde obtuvo los recursos económicos necesarios para mitigar los conflictos internos de la ciudad. Los caudales obtenidos, ciento cincuenta talentos, fueron distribuidos entre los ciudadanos perjudicados económicamente por la vuelta de los exiliados y la devolución de sus antiguas propiedades. Arato se aseguró así una posición dominante dentro de su ciudad, y pasó a ser, por su prestigio social y económico, por su éxito al desactivar la crisis interna y por sus apoyos en el exterior, el líder indiscutido de Sición.
La conexión diplomática era evidente. Hacia 246 se nombró a Ptolomeo III Evergetes, el nuevo rey de Egipto, estratego de la Liga Aquea, nombramiento honorífico sin valor real pero muy significativo de la alianza entre los aqueos y la corte egipcia, a la que ya nos referimos anteriormente. Arato lograba así un importante sostén exterior frente a la presumible reacción macedonia, a la vez que eliminaba posibles disidencias internas que sirvieran de apoyo o excusa para una intervención macedonia en Sición. Ante esto Antígono Gonatas trató de abrir vías de acercamiento a Arato, ya que Sición había sido, hasta entonces, un bastión de la influencia macedonia en la zona. Es posible que el contacto tuviera algún fruto, puesto que Plutarco pone en labios de Antígono un encendido elogio de Arato:
... antes me miraba con indiferencia, y poniendo lejos sus esperanzas buscaba la riqueza egipcia. Pero ahora, tras ver con sus propios ojos Egipto, se ha pasado a nuestro bando incondicionalmente. Lo tomo por tanto bajo mi protección, con la idea de servirme de él para todo, y deseo que lo tratéis como un amigo. Plutarco, Arato 15
Es obvio que Arato, enfrentado a la agitada diplomacia de la época, jugaba a varias barajas, aproximándose a Macedonia sin perder de vista la colaboración con Egipto. Arato esperaba su oportunidad, y con la adhesión de su ciudad a la Liga Aquea contaba con conseguir recursos para actuar de forma independiente. El poder económico y demográfico de Sición, y su prestigio como gran centro urbano regional, le dio rápidamente una posición predominante entre las pequeñas y provincianas ciudades que hasta entonces integraban la federación. Pronto llegaría la ocasión de usar en su propio beneficio esa fuerza renovada.
"Los demas capitulos de esta Historia, pueden seguirlos viendo en el mismo BLOG del Autor, para no quitarle el merito que compete por este Trabajo"... Sr. Viveros
Fuente:
http://greciafrentearoma.blogspot.com
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